Desde Maliaño, Cantabria, queremos compartir con todos/as los que aquí se acerquen las lecturas con las que disfrutamos.
viernes, 23 de abril de 2010
UN CULETE INDEPENDIENTE
Cada vez que César Pompeyo se portaba mal, su mamá le daba un par de azotes en el culete regordete.
Y cada vez que César Pompeyo desobedecía a su mamá, su mamá le daba un par de azotes en el culete regordete.
Y cada vez que su mamá decía: “¡ Me tienes harta!”, ya era seguro que le iba a dar un par de azotes en el culete regordete.
Hasta que un día, el culete le dijo a César Pompeyo:
-Pórtate bien, César Pompeyo, que siempre me toca a mí recibir los azotes.
Pero César Pompeyo siguió portándose mal.
¿Y qué hizo su mamá?
Pues le dió un par de azotes en el culete regordete.
Así que aquella noche, cuando ya estaban todos en la cama, el culete le dijó a César Pompeyo:
-¡Basta ya! Como he visto que no vas a ser bueno, he decidido marcharme y dejarte solo.
Se bajó de la cama y se fue.
Y César Pompeyo se quedó sin su culete.
“No me importa. No me hacía ninguna falta”, pensó
Pero a la mañana siguiente, cuando fue a desayunar, no pudo sentarse, porque no tenía culete.
Y cuando sus amigos se sentaron en el columpio, él no pudo.
¿Sabeís por qué? Porque no tenía culete.
Y tampoco pudo montar en bici, ni en los caballitos; ni tirarse por el tobogán en el parque.
Entonces pensó:
“¡Vuelve culete, que ya voy a portarme bien…!
Y aquella noche se durmió llorando.
Cuando se despertó al día siguiente, se echó la mano atrás despacito, y…
¡El culete había vuelto y estaba allí, donde siempre!
César Pompeyo dijo:
-¡Hola culete!
Y se fue a desayunar muy contento.
Se lo comió todo y no se manchó nada.
Su mamá pensó:
“¡Que bien se porta mi César Pompeyo!”
Y, desde aquel día, el culete de César Pompeyo fue el culete más mimado de todos los culetes del mundo.
¡Y colorín colorado el cuento de César Pompeyo se ha terminado!
Visto en : http://enlavalla.wordpress.com/
¿QUIÉN HA VISTO LAS TIJERAS?
Fernando Krahn
Ilustraciones del autor
Pontevedra, Kalandraka, 2002
Un sastre ve un día salir sus tijeras por la ventana de su casa. Estas se dedican a cortar toda clase de objetos que encuentra en su camino: las riendas de un caballo, las flores de un enamorado, el hilo de la cometa de un niño, los tirantes de un predicador… Cada página esta conectada con algún detalle con la siguiente hasta llegar a un final con su moraleja: las tijeras encerradas en una jaula por el sastre. Las ilustraciones desbordan expresividad y dinamismo, dando a cada escena ese aspecto de momento preciso, del instante en que suceden las cosas. La simple lectura de imágenes nos permite un juego de anticipación que el autor sabe introducir y que es más rico que las explicaciones breves del texto. Visto en http://revistababar.com/wp/
viernes, 2 de abril de 2010
DIA DEL LIBRO INFANTIL Y JUVENIL 2010
Nos juntábamos en corro en la calle y, disputándonos las voces con los grillos del verano, cantábamos una y otra vez la impotencia del barquito que no sabía navegar.
A veces fabricábamos barquitos de papel y los poníamos en los charcos y los barquitos se hundían sin conseguir alcanzar ninguna costa.
Yo también era un barco pequeño fondeado en las calles de mi barrio. Pasaba las tardes en una azotea mirando ocultarse el sol por el poniente, y barruntaba a lo lejos –no sabía aún si a lo lejos del espacio o a lo lejos del corazón– un mundo maravilloso que se extendía más allá de donde alcanzaba mi vista.
Detrás de unas cajas, en un armario de mi casa, también había un libro chiquito que no podía navegar porque nadie lo leía. Cuántas veces pasé por su vera sin darme cuenta de su existencia. El barco de papel, atascado en el barro; el libro solitario, oculto en el estante tras las cajas de cartón.
Un día, mi mano, buscando algo, tocó el lomo del libro. Si yo fuese libro lo contaría así:
“Un día la mano de un niño rozó mi cubierta y yo sentí que desplegaba mis velas y comenzaba a navegar.”
¡Qué sorpresa cuando por fin mis ojos tuvieron enfrente aquel objeto! Era un pequeño libro de pastas rojas y ligranas doradas. Lo abrí expectante como quien encuentra un cofre y ansía saber su contenido. Y no fue para menos. Nada más empezar a leer comprendí que la aventura estaba servida: la valentía del protagonista, los personajes bondadosos, los malvados, las ilustraciones con frases a pie de página que miraba una y otra vez, el peligro, las sorpresas…, todo, me transportó a un mundo apasionante y desconocido.
De esa manera descubrí que más allá de mi casa había un río, y que tras el río había un mar y que en el mar, esperando zarpar, había un barco. El primero al que subí se llamaba La Hispaniola, pero lo mismo hubiese dado que se llamase Nautilus, Rocinante, la nave de Simbad, la barcaza de Huckelberry…; todos ellos, por más que pase el tiempo, estarán siempre a la espera de que los ojos de un niño desplieguen sus velas y lo hagan zarpar.
Así que…no esperes más, alarga tu mano, toma un libro, ábrelo, lee: descubrirás, igual que en la canción de mi infancia, que no hay barco, por pequeño que sea, que en poco tiempo no aprenda a navegar.
Visto en el blog Clase de 5º y 6º